Ha empezado oficialmente la primavera en plena reclusión de medio mundo a causa del COVID 19.
Poco antes de las cinco de la madrugada de este viernes, oficialmente se estrenaba la primavera. Dolorosa paradoja. Sevilla ha vivido el primer día de su estación favorita de manera casi luctuosa a causa del confinamiento al que ha obligado la pandemia del coronavirus Covid-19, que cumple su quinta jornada. El equinocio, además, ha estado acompañado de cielos encapotados y lluvia este preludio del fin de semana del que nadie se acuerda. ¿Qué día es hoy? ¿Viernes, sábado…? ¿A qué estamos hoy….? ¿Cuánto falta? A nadie le importaba si comenzaba la primavera. Más bien, nadie lo recordaba. Y eso, en Sevilla, refleja perfectamente el nivel del drama que se está atravesando. El cielo gris, la llovizna de casi todo el día y las calles con un vacío que golpea el alma forman el escenario tétrico de este estreno de estación en la capital de Andalucía. Nada más lejos de la luz y la alegría que la identifican.
Jesús Sevillano. Cuarto día completo en casa, primero de teletrabajo. Los tres anteriores han sido de descanso. Total. Tanto de trabajo como de la mente. Es necesario en tiempos donde, al margen de mi padre, con quien vivo, sólo puedes ver a tus familiares, amigos y pareja a través de la pantalla del móvil. O de la tablet. Qué sería de nosotros en esta época de confinamiento sin las nuevas tecnologías. Son fechas en las que uno valora aún más emocionalmente ese aplauso, que debería ser eterno, a nuestros sanitarios. Y con una mirada al cielo, porque la que nos guía desde arriba desde hace ya más de tres años se consideraba como una de ellos. Es tiempo para ver series, películas y dormir. Sí, no lo niego, quien me conozca sabe que soy mucho de dormir. Pero también es momento para hacer cosas que uno no ha hecho antes. Por ejemplo, conectarme con mis amigos Pepe, Pedro y Edu a través de vídeo llamada de whatsapp. Es especial porque ellos viven en Madrid. Y gracias a Dios están bien. También nos hemos conectado con la familia que vive en la capital y que igualmente se encuentran perfectamente de salud. Me ha emocionado ver a mi ahijada, lo grande que está con poco más de un añito de vida. Y a sus padres, Alejandro y Valle. Y a mi pareja. Son tiempos difíciles para todos, pero para las relaciones a distancia aún más. Y eso que «sólo» nos separan 21 kilómetros, pero ni por esas podemos darnos en persona ese «achuchón» que los dos tenemos tantas ganas de darnos.
También me ha dado tiempo para escribir algunas noticias para Alfinaldelapalmera.com y hacer una entrevista por teléfono, pidiendo a mi entrevistado ciertos elementos que anteriormente no lo hemos hecho nunca así, a los que se ha prestado nervioso pero muy gustoso también. Gracias, Giuseppe. Verá la luz dentro de poco. Estoy confiado en que todo esto pasará y que todo va a volver a la normalidad. Son días de poca gente en las calles y mucho silencio, aunque al vivir cerca de un hospital el sonido de las sirenas de las ambulancias estremece muchísimo, deseándole todo lo mejor al enfermo que vaya dentro. Pero debemos seguir atendiendo a las instrucciones del confinamiento, porque aunque aún queden días de aburrimiento y teletrabajo, mucho, este partido lo vamos a ganar entre todos.
Mateo González. Al mediodía de ayer, por las vacías calles del barrio de Santa Clara transitaba el llamativo coche de Google Maps, con su cámara en todo lo alto, fotografiando cada palmo a su paso. Quizás aprovechara la conocida ausencia de gente debido a la crisis del coronavirus. Varios vecinos se asomaban curiosos por sus ventanas a ver pasar el vehículo en su ruta por estas calles tan solitarias y sin obstáculos humanos para ser captadas con detalle. Un hecho que rompe la rutina del coche aislado, el camión de la basura o la patrulla de Policía que hace la ronda para vigilar que todo el mundo esté en su sitio.
Juan Manuel Serrano. Los fotoperiodistas, en esta situación de crisis y de confinamiento, nos sentimos un poco privilegiados por podernos mover por una ciudad distinta. Una ciudad que pocos han vivido y que nos deja estampas que serán un recuerdo para futuras generaciones. El otro día decide dar una vuelta para reportajear el barrio de Santa Cruz al atardecer, en esa hora mágica en el que sol desaparece pero todavía queda un resto de luz. Entré por el Patio de Banderas, cuando crucé el pequeño túnel que da a la calle Judería. Atravesarlo fue como cruzar una máquina del tiempo, nuestro cerebro acostumbrado al ruido, se pone en alerta y tu cuerpo se tensa. El silencio pasa a ser el protagonista y tu de debates entre el miedo y la curiosidad. Comienzas a andar y escuchas el sonido de las fuentes tres calles antes de llegar, te sumerges en un paisaje irreal que te hace dudar si estas en otro siglo o en un decorado de un estudio de cine. Solo te hace volver a la realidad una chica paseando a un perrito que se sobresalta al cruzarse contigo o Vecino hablando por el móvil en un balcón de cualquier casa. Pasado un rato empiezas a ser consciente que estás viendo una Sevilla que pocos han visto y que pocos verán, no se lo puedes recomendar a nadie porque debemos ser respetuosos con la pandemia que estamos padeciendo, pero las fotos perdurarán para que todos podamos disfrutar en un futuro de una ciudad, que aunque ahora esté sufriendo, resurgirá con todo su esplendor.
Roberto Arrocha. En Espartinas se escucha el silencio. Mi hija, la pequeña, Paulita, me pregunta cuándo va a poder salir. Y mi mujer, siempre preparada para dar la respuesta correcta, le dice que hay un bichito que está en la calle y que tenemos que escondernos en casa para que se aburra y se vaya. Aprenderemos de estos momentos. Cuánto de ricos éramos… y no lo queríamos saber. Cuánto vale tomar un café o una cerveza con un amigo en el bar de la esquina. Cuánto vale darle un abrazo. Cuánto vale correr y no mirar atrás. En Espartinas se escucha el silencio. Sólo los pájaros, ajenos a tanta inquietud, siguen piando. Y eso me gusta, me enorgullece. El silencio nos define ahora. Me dijo un amigo no hace mucho (por WhatsApp, claro) que era el instante de ser solidarios, consecuentes y mostrarnos como un gran pueblo. Todos juntos. No hay nadie en las calles, ni camino al Espartal, ni camino al Polideportivo, ni camino al colegio Natalia Albanés, ni camino al instituto Lauretum. El camino, hoy, es nuestra casa. En Espartinas se escucha el silencio.
Manuel Contreras. Los alrededores de la estación de Metro de Ciudad Expo, en Mairena del Aljarafe, suele ser una zona muy animada. La zona de expansión de este municipio ha convocado a familias jóvenes con niños pequeños, y el bulevar que separa los dos hemisferios de Ciudad Expo incluye juegos recreativos siempre ocupados por niños. Hoy, como los últimos días, estaban desiertos, y las atracciones infantiles inmóviles daban aún más si cabe un toque apocalíptico al paisaje. En la zona comercial todos los locales permanecían cerrados, con lo que el complejo Metromar, uno de los polos más populosos del Aljarafe, parecía un trasatlántico fantasma varado en la vía pública. El tráfico hacia la capital, habitualmente congestionado, era incluso inferior al de un domingo; apenas algunos coches con un único pasajero, en muchas ocasiones con mascarilla. En la rotonda de entrada a la Cartuja han desaparecido los jóvenes africanos que venden pañuelos de papel. Me pregunto si es porque acatan disciplinadamente el estado de emergencia o por agotamiento del género: tal y como está la demanda de la celulosa, igual con las ventas de la última semana han hecho caja para retornar a su país.
Fuente: ABC