Una desconocida cruz de piedra blanca cumple los deseos expresados en unos versos del poeta que reflejaban como quería ser recordado
Los sevillanos que paseen por un solitario rincón del parque del Alamillo, cerca de la pasarela peatonal que conecta con el conocido como «Huevo de Colón», habrán podido contemplar en más de una ocasión una enigmática cruz de piedra blanca que se encuentra en este lugar donde cada día cientos de personas disfrutan de la tranquilidad y la naturaleza. Una cruz, que aunque hoy en día permanezca en parte olvidada y en un entorno poco cuidado, repleto de vegetación seca, se trata de un emotivo homenaje que hace siete años un grupo de entusiastas le hicieron a uno de los poetas más importantes que ha dado Sevilla a lo largo de toda su historia: Gustavo Adolfo Becquer. Sin duda el homenaje más auténtico y fiel a lo que quiso el poeta.
En la actualidad es muy difícil comprender el sentido de este monumento, ya que el olvido y el descuido ha eliminado también del lugar un pequeño panel explicativo, que trataba de contar al posible espectador la extraordinaria historia que se esconde detrás de esta humilde pero al mismo tiempo imponente cruz. Y es que los conocedores de la obra del ilustre poeta sevillano, podrán comprobar como Bécquer escribió en la Carta Tercera de su obra «Desde mi Celda», las siguientes palabras que no dejan lugar a dudas: «y cuando la muerte pusiera un término a mi existencia, me colocasen para dormir el sueño de oro de la inmortalidad a la orilla del Bétis al que yo habría cantado en odas magníficas, y en aquel mismo punto adonde iba tantas veces a oir el suave murmullo de sus ondas. Una piedra blanca con una cruz y mi nombre, serían todo el monumento».
Como lamentablemente ocurre en tantas ocasiones, los deseos que el poeta había dejado por escrito, nunca se hicieron realidad. El entorno de la Barqueta y el Guadalquivir, marcaron profundamente la infancia y la juventud de Bécquer, hasta el punto de querer que sus restos mortales descansaran de manera eterna en este mágico lugar que todavía en la actualidad conserva un sabor muy especial, que invita a la calma y a la reflexión. El 22 de diciembre de 1870, Bécquer fallecía en Madrid, y no fue hasta 1913 cuando sus restos mortales retornaron a la capital andaluza, y no lo hicieron al remanso de paz que el poeta quería, si no al panteón de los hombres ilustres, que se ubica en la cripta de la iglesia de la Anunciación.Todo el entorno de la Barqueta y el río Guadalquivir fueron lugares cruciales para la infancia del poeta
Sevilla una vez más, traicionó en cierta manera los deseos de uno de sus principales valedores, hasta que el 10 de abril de 2013, cuando se cumplía justo un siglo de la llegada de los restos mortales de Bécquer a Sevilla, un grupo de seguidores del poeta tomó la decisión de cumplir, aunque fuera de manera simbólica, lo que había dejado escrito, para que la ciudad saldara de una vez por todas su deuda con el poeta. Así, ante la presencia de apenas una decena de personas, se inauguraba este monumento que en la actualidad pasa desapercibido para la mayoría de los sevillanos. Con el objetivo de recrear lo que Bécquer dejó escrito en las maravillosas descripciones que hacía en sus obras, se procedió a la plantación en este enclave de álamos y laurelesque acompañaran el monumento, árboles que en la actualidad también han sufrido el paso del tiempo y la falta de los cuidados necesarios. La desolación es por tanto la nota generalizada en este rincón, donde lo único que nos sitúa sobre la pista es que en la cruz se puede leer la inscripción: G.A. Bécquer.
Homenaje
El artista plástico, poeta y cantautor Luigi Maráez, fue en aquel momento el principal valedor de este bonito homenaje, quien aseguraba en aquellos días que «no hay otro interés en todo esta acción que el homenaje a Bécquer, lo único que queremos es que el poeta vea por fin cumplido su sueño de descansar a orillas del Guadalquivir». Maráez, que ha liderado numerosos proyectos para homenajear al poeta sevillano, siendo por ejemplo uno de los principales promotores de la reconstrucción de la emblemática «Venta de los Gatos», explicaba también en aquel momento que la cruz estaba «realizada siguiendo la proporción aúrea, algo que tiene mucho simbolismo desde la antigüedad y que estoy seguro que le hubiese encantado a Bécquer». Un monumento que además está perfectamente alineado con el monasterio de San Jerónimo, ubicado justo en la orilla de enfrente.
Así, a pesar de que los restos mortales del poeta descansen en otro lugar, y aunque este rincón del Guadalquivir tenga ya poco que ver con lo que contempló la mirada única de Bécquer, no es arriesgado afirmar que su verdadero espíritu, su auténtica esencia se encuentran en esta cruz tan especial. Por ello, un lugar tan destacado merece otro cuidado, para que luzcan los auténticos deseos que el poeta dejó por escrito y para que todas las personas que frecuentan esta ubicación a diario, puedan sentir la magia de un lugar que Bécquer encumbró a arte hace nada más y nada menos que dos siglos.
Fuente: ABC