Todo lo que pintaba Diego Velázquez se convertía en prodigio al unir realismo con un empleo magistral de la luz. En nuestro viaje por los ‘Cuadros con historia’, esta semana, ‘Las Meninas’
Portentosa e inigualable. Estos puede ser los principales calificativos a la obra de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (Sevilla, 1599-Madrid, 1660), cuya vida dedicó al arte en toda su magnitud. Cuadros como La Inmaculada Concepción, La Adoración de los Reyes Magos, Vieja friendo huevos, El aguador de Sevilla, Cristo en Emaús y La fragua de Vulcano, además de los numerosos retratos de reyes y papas y, por supuesto, sus dos obras cumbre, Las Meninas y La rendición de Breda, ofrecen una pintura sin rival en el arte español de la época presente y pasada del autor barroco. Solo Goya podría hacerle frente un siglo más tarde.
Todo lo que tocaba Velázquez se convertía en prodigio. El autor llena el lienzo de realidad, pero sin florituras, con una vivacidad en los personajes fuera de lo común y con una intensidad y un colorismo excepcionales.
Es indistinto que el pintor retrate a tipos humanos o a objetos inanimados, Velázquez crea un áurea de veracidad tan intensa que le sirvió para que Felipe IV le contratase de inmediato tras retratarle en 1623. Desde entonces se convirtió en pintor de la Corte, lo que le sirvió para ampliar sus conocimientos y evolucionar artísticamente.
Se trata de obras con un gran realismo, que el autor conjuga de forma excepcional con un toque de sobriedad gracias al empleo magistral de la luz.
La luminosidad y la oscuridad en el óleo hace que un personaje pase de ser secundario en la secuencia a convertirse en el auténtico protagonista del relato. Velázquez sitúa los cuerpos en el espacio y hace vibrar a su alrededor una atmósfera real que los envuelve.
Además, los fondos oscilan entre la densidad de algunas zonas a la suavidad de otros espacios. Lo mismo sucede con el colorido, en donde el artista se recrea para describir los vestidos de algunos de sus personajes.
laberinto de significados. Las Meninas es un cuadro con un sinfín de intrahistorias artísticas, políticas y narrativas. Se trata de una de las obras de mayor tamaño de Velázquez y en la que puso su principal empeño para crear una composición compleja y creíble, que transmitiera la sensación de vida y realidad, y al mismo tiempo encerrara una densa red de significados.
El análisis del lienzo es como adentrarse en un misterio lleno de compuertas e incógnitas. El foco central del cuadro está compuesto por servidores palaciegos que se disponen alrededor de la infanta Margarita, a la que atienden doña María Agustina Sarmiento y doña Isabel de Velasco, meninas de la Reina. Además de ese grupo, se observa a Velázquez trabajar ante un lienzo, a los enanos Mari Bárbola y Nicolasito Pertusato, junto a un mastín, a la dama de honor doña Marcela de Ulloa, con un guardadamas, y, al fondo, tras la puerta, asoma José Nieto, aposentador. Para completar la composición, en el espejo se ven reflejados los rostros de Felipe IV y Mariana de Austria, padres de la infanta y testigos de la escena.
Los personajes habitan un espacio modelado en donde las fuentes de luz juegan un papel esencial.
Las interpretaciones de la obra son inabarcables, desde puntos de vista políticos sobre la posición y el papel en la escena de la Infanta ante la irrupción de los Reyes, hasta los meramente artísticos o históricos, sobre los límites entre pintura y realidad y sobre el propio papel de Velázquez dentro del cuadro.
Además, recientemente se ha incorporado una nueva versión al análisis de Las Meninas, como es la hipótesis de que el autor sevillano hubiese utilizado una cámara oscura para pintar el cuadro palaciego.
Según este planteamiento, el pintor habría proyectado sobre un lienzo en blanco más grande -la actual Las Meninas del Museo del Prado- las líneas generales de un cuadro pequeño que contenía esa escena palaciega. Esa pintura reducida sería Las Meninas que forma parte de la colección de Kingston Lacy, en el Reino Unido. De ser así, ese óleo pequeño no sería una reproducción del cuadro de Velázquez hecha por Martínez del Mazo -como se ha creído históricamente-, ni tampoco un esbozo de Velázquez previo a la pintura del cuadro grande, sino un modelo en pequeña escala para realizar el que está actualmente en el Prado.