Diecinueve mujeres ingresaron el 25 de abril de 1981, acabando así con una norma discriminatoria que les vetaba esos puestos de trabajo por una simple razón de género
La promoción del brazalete, pioneras del uniforme azul
Aún resonaban los disparos que se lanzaron al techo en elCongreso de los Diputados, en aquel intento fallido de golpe de estado que hacía temer un frenazo a una democracia incipiente y un retorno al pasado. En ese contexto cargado de incertidumbre, un grupo de mujeres iba a abrir un camino definitivo en Sevilla para la equiparación de derechos en un terreno que hasta entonces sólo había sido cosa de hombres. El pasado 25 de abril se cumplieron 40 años de su entrada a la plantilla de la Policía Local sevillana; por aquella época se les llamaban los agentes municipales. Ellas fueron las primeras en vestir el uniforme azul.
En aquella promoción del 81, la del brazalete como la denominaron, ganaron una plaza en las oposiciones 19 mujeres que, sin ser muy conscientes en ese momento, tumbaron barreras que hasta entonces impedían a las chicas acceder a un puesto de trabajo en la plantilla del Ayuntamiento de Sevilla por una simple cuestión de género. La capital hispalense no fue la primera en adaptarse al empuje de los nuevos tiempos. Córdoba ya había incorporado mujeres en su policía municipal en 1970. La ciudad andaluza fue la pionera a nivel nacional; después le seguirían Madrid y Valladolid. Sevilla tardó más de una década, pero en 1981 se ponía fin a la discriminación.
La efeméride se ha celebrado en el grupo de whatsapp que mantiene en contacto a este grupo de agentes, ya jubiladas. A través de ese hilo llegó hace unos días la noticia a este periódico, que también fue fiel testigo del acto celebrado aquel 25 de abril en el que firmaron su contrato de trabajo y tomaron posesión de su nueva condición de agentes municipales ante el alcalde Luis Uruñuela, en el Pabellón de Brasil.
Cuatro décadas después, aquellas mujeres intercambian a menudo en su foro de antiguas compañeras fotografías, recortes de prensa y recuerdos. Entre chascarrillos rememoran una etapa de sus vidas de la que se sienten muy satisfechas. Muchas de ellas tuvieron la oportunidad de reorientar su carrera profesional cuando ya se habían hecho con la plaza en la Policía. Tenían una formación de base distinta o habían aprobado otras oposiciones; sin embargo, ninguna quiso cambiar el uniforme azul a pesar de que los inicios no fueron fáciles. Admiten que llegaron a un lugar donde algunos mandos no las querían pero donde también recibieron el apoyo de sus iguales, sus compañeros de promoción. Ésta es la historia de algunas de esas primeras mujeres que destrozaron moldes y prejuicios. «Algunos te gritaban por la calle que les estábamos quitando el trabajo a los hombres. Que teníamos que hacer, ¿quedarnos en casa?» Inmaculada Alcudia , 39 años de servicio «Cuando llegamos no teníamos ni aseo; usábamos el cuarto de la limpiadora para cambiarnos» María del Carmen Ramos , 35 años de servicio «Había dos tipos de machistas, los que siempre discutían contigo porque consideraban que no tenías ni idea; y el paternalista, que trataba de protegerte porque te veía débil» Eugenia Llamas
Tenía 20 años y muchas ganas de labrarse un futuro desde la independencia económica que da un trabajo. Su padre le comentó un día que acababan de salir unas oposiciones en el Ayuntamientoy allá que fue Eugenia a echar los papeles. Pero al llegar a la ventanilla, se enteró de que no buscaban secretarias, sino policías y que las mujeres también podían presentarse. «Yo no sabía nada de ese mundo, pero me daba igual, lo eché igualmente. Ya me había presentado a varias cosas y ¿por qué no iba a hacerlo a esto?». Eugenia Llamas habla desde ese feminismo que ya había anidado en su generación. «Es que yo, como muchas otras, estábamos muy convencidas de que teníamos los mismos derechos que los hombres».
Sin embargo, al regresar a su casa, su madre se llevó un disgusto que tardaría en pasarse. «La pobre lloraba; en cambio, mi padre estaba encantado y muy orgulloso». Esta reacción en las familias la recuerdan de manera muy parecida otras compañeras de promoción. Las reticencias, los miedos no se los transmitieronsus progenitores, sino otras mujeres, sus madres, a las que les preocupaba que sus hijas hubieran escogido el camino más difícil ingresando en un mundo que hasta la fecha había estado reservado para los hombres.Sin disponer de uniformes, las 19 primeras mujeres fueron enviadas a la Feria de Abril con sus compañeros de promoción; les pusieron un brazalete para que la gente pudiera identificarlos como agentes municipales, pero no fueron pocos los que creyeron que las nuevas policías eran azafatas
Cuando firmaron su contrato, la ciudad estaba ya de fiesta y al Ayuntamiento le urgía contar con los nuevos efectivos –en total eran 96– que acababan de incorporarse a la plantilla de la Policía. Entonces, los aspirantes que conseguían su plaza no pasaban un año de formación como ahora. No había una escuela pública de seguridad y los nuevos agentes recibían una instrucción de unos pocos meses en las mismas instalaciones del Pabellón de Brasil. En 1981, sin tiempo ni para disponer de un uniforme, las primeras mujeres de la Policía Municipal fueron enviadas a la Feria de Abril. «Nos pusieron a todos, también a nuestros compañeros, un brazalete para que la gente nos distinguiera porque íbamos de paisano. Pero dio lo mismo, hubo quien se pensó que eramos azafatas».
La madre de Eugenia no ganaba para disgustos y tuvo que frenarla su marido cuando se enteró que su hija estaba en la calle, lloviendo, intentando que no se aparcara en la avenida Alfredo Krauss, en el perimetro de la Feria. «Nos pusieron allí los dos primeros días. Mi madre estaba preocupadísima y mi padre le decía, ¿pero cómo vas a ir? La niña está trabajando».
De falda y tacones
El uniforme asignado a las policías municipales no se había diseñado pensando en intervenciones en la calle o que aquellas mujeres pudieran acabar realizando las mismas funciones que sus compañeros hombres: una falda pantalón, tacones y un pequeño bolsito. Tendrían que pasar varios años para que el pantalón se incorporara al vestuario de estas agentes y relegar la falda para la uniformidad como una prenda opcional.
El uniforme que les entregaron a los pocos días de firmar su contrato podría ser una metáfora de lo que vendría después: «A todos nos mandaron como primer destino a Tráfico, pero había sitios donde no te querían. Tuvimos que pedir voluntarias una compañera y yo ir al dispositivo de un partido Betis-Sevillaporque no había manera de que enviaran mujeres a un estadio de fútbol».
Su último destino, donde cumplió los 39 años de servicio, fue en la oficina del Grupo Giralda. Echa la vista atrás y su balance es claramente positivo a pesar de que sufrió el machismo, sin matices. «Había dos tipos de machistas, los que siempre discutían contigo porque consideraban que no tenías ni idea; y el paternalista, que trataba de protegerte siempre porque en el fondo te veía más débil».
Y llegaron los embarazos
El precedente de Córdoba, donde patrullaban las mujeres hacía años, había animado a otras chicas jóvenes a seguir sus pasos. Eso fue lo que empujó a Mª Carmen Ramos a presentarse a los exámenes. Cuando aterrizó junto a sus compañeras en el Pabellón de Brasil comprobó que aún faltaba mucho por hacer. «No teníamos ni sitio para cambiarnos o un aseo de mujeres. Utilizábamos el cuarto de la limpiadora para ponernos el uniforme».
Aquello fue el preámbulo de lo que vendría después cuando las primeras policías empezaron a ser madres. María del Carmen fue la primera de la promoción en quedarse embarazada y le tocó derribar otro muro, el de la conciliación dela maternidad con el trabajo. «Ahora, las policías enseñan su justificante de que están embarazadas y las mandan a oficina, a un destino más cómodo. Pero entonces, allí ningún mando se planteaba los problemas de trabajar en la calle embarazada».
La falda pantalón se volvió pronto insufrible y esas pioneras, también del resideño del uniforme, aplicaron medidas de urgencia: «Le coloqué una cinturilla elástica para que fuera cediendo conforme la barriga me iba creciendo. Imagínate lo que era ir sola a regular el tráfico con la barriga». Hasta que la paciencia se agotó y María del Carmen se plantó un día ante su jefe: «Estaba de más de cinco meses y me fui a su despacho. Cuando me vio la barriga, entendió que no podía seguir saliendo a la calle y me mandó a una oficina. ¿Pero es que ellos no habían tenido también hijos?», se pregunta medio en broma, medio en serio.Muchas recuerdan que el rechazo vino más por parte de los mandos, algunos de los cuales no dudó en decirles abiertamente que estaban en contra de la entrada de la mujer en ese terreno
María del Carmen habla con pasión del que fue su trabajo. «Es vocación de servicio público. Hoy en día con el poco personal que hay se han quitado muchos programas. A mi me gustaba mucho trabajar con los niños, para luchar contra el absentismo o las charlas que dábamos en los centros escolares advirtiendo de los riesgos de la movida». Esta policía ya jubilada atesora un archivo de experiencias personales único. Cada historia revela retazos de la humanidad que imprimió a su jornada laboral. como lo vivido con una pequeña del Polígono Sur que tiene grabada en su memoria.
«Yo daba clases de educación vial en los colegios y al terminar un día, se me acercó una niña de siete u ocho años, no lo recuerdo con exactitud, del colegio Giménez Fernández. Me dijo que su madre le pegaba. La niña tenía marcas en el cuerpo. Me puse mala. Nos la llevamos al hospital de inmediato y activamos todo el protocolo».
Al año, María del Carmen estaba en Chipiona con su familia, y aquella niña se le acercó. «Yo no la reconocí al principio. Me dijo muy contenta que estaba viviendo con su abuela y sus hermanos, que ya no estaba con su madre, a la que le habían quitado la custodia. Venía a darme las gracias». A la pregunta de si valió la pena, «se responde sola, ¿no crees?».
Acostumbrar a la calle
Esta veintena de mujeres no sólo tuvo que demostrar a los mandos de la Policía que habían llegado para quedarse; también educaron en la costumbre a los ciudadanos, sobre todo a aquellos que no se llevaban bien con la evolución que estaba experimentando una sociedad que acababa de estrenarse en la democracia parlamentaria. «Cuando regulabas el tráfico en la calle, más de uno te soltaba una fresca. Yo me sentía muy impotente cuando te gritaban que estabas quitando un puesto de trabajo a un hombre. Que teníamos que hacer, ¿quedarnos en casa?».
Inmaculada Alcudia estaba a punto de cumplir los 19 años cuando vistió el uniforme por primera vez. El servicio al ciudadano fue lo que la movió a dar el paso. A diferencia de sus compañeros hombres, para ellas no había determinadas herramientas de trabajo como un simple silbato. «Sí, como oyes, no querían darnos un silbato porque decían que estaba feo en una mujer». La defensa (porra) de ellas era más corta que la de los hombres. Detalles que con el paso del tiempo se han ido eliminando. Inmaculada, al igual que sus compañeras, sintió más la discriminación de parte de los mandos que de sus colegas. «Los primeros meses, cuando recibíamos las clases, algunos nos decían abiertamente que no nos querían allí. Pero no consiguieron aburrirnos». Inma se jubiló con casi 40 años de servicio.
Radiografía actual: muy pocos mandos y ni el 10% de la plantilla
¿Cuál es la situación de las mujeres después de 40 años de incorporación en la plantilla municipal? A nivel numérico y de ejercicio de mando, se está muy lejos de una situación de igualdad con respecto a los hombres. Actualmente la plantilla de la Policía Local ronda el millar de funcionarios. De ellos, 52 son mujeres; lo que supone menos del 10%.
En cuanto a los mandos, de ese grupo de mujeres policías, cuatro son oficiales y están en la escala técnica del cuerpo. A día de hoy, la Policía Local de Sevilla no ha tenido nunca un jefe mujer.
Las situaciones que vivieron las primeras agentes que vistieron el uniforme no tienen nada que ver con el día a día de las que son hoy mujeres policías, cuya integración es plena en el servicio. Pero el techo de cristal existe. «La maternidad, al final es lo que marca la diferencia con nuestros compañeros. Cuando pasas a ser madre, se vuelve más difícil prepararte para ascender y eso condiciona tu carrera profesional», señala Inmaculada Alcudia.