El recinto de la Expo cumple hoy 29 años desde su inauguración y es el símbolo del abandono urbanístico pese a que alberga la vanguardia empresarial
Tal día como hoy 20 de abril, hace 29 años, Sevilla brillaba a nivel internacional con la inauguración de la Exposición Universal de 1992. La ciudad, por fin, tocaba con las manos el futuro y se miraba al espejo con el orgullo de una urbe que había sido capital del mundo siglos atrás pero que acabó venida a menos. Casi tres décadas después, el recinto creado para aquel histórico evento que volvió a poner a Sevilla en el mapa presenta un paisaje apocalíptico que envuelve, paradójicamente, a la vanguardia empresarial y tecnológica de Andalucía. Porque en la Isla de la Cartuja conviven el acelerador de partículas, el CSIC o la tecnoincubadora de ‘startups’ con la degradación más absoluta, el óxido de las instalaciones de la Expo cerradas, la basura acumulada durante años, las farolas rotas o el hundimiento del pavimento.
El Parque Tecnológico de la Cartuja presenta un paisaje apocalíptico por la falta de mantenimiento urbanístico por parte del Ayuntamiento y por la desidia de la Junta de Andalucía que, en todos estos años, no ha sido capaz de mantener las instalaciones de la Expo de forma digna. Ésta es la crónica de un paseo por el recinto que en su día acogió la gloria efímera de Sevilla.
A la Expo se podía llegar hace 29 años de muchas formas. Se podía acceder en tren, a través del apeadero de la Cartuja, hoy cerrado por la pandemia y por falta de uso. Se podía llegar también en teleférico y en monorraíl. Hoy, las terminales de pasajeros de estos dos sistemas de transporte son un amasijo de hierros oxidados que forman unas estructuras insalubres donde habitan las palomas y las ratas. Sus paredes, tanto en el Camino de los Descubrimientos como en la calle Thomas Alva Edison, están llenas de grafitis y son el cobijo perfecto para mendigos. En esta última, ubicada precisamente junto a la sede del PCT Cartuja y el pabellón de la Unión Europea, se puede leer una pintada desde hace meses: «Nos hemos estancado». De la estación del monorraíl cuelgan cables de la luz junto a un coche mal aparcado. A través del sucio cristal de la puerta, cerrada con un candado oxidado, se puede ver el interior: paredes agrietadas, botellas en el suelo y excrementos de palomas. El eco del rugido del Jaguar que corre por detrás de estas instalaciones hace retumbar las cristaleras también de los edificios de las viejas taquillas, que bien parecen el escenario de una película sobre el fin del mundo, rodeadas de árboles florecidos bajo los cuales hay acumuladas tantas hojas secas que entierran los pies de quien pasea bajo sus copas.
Las losetas, como en el resto del parque, están rotas, levantadas o hundidas. Y llenas de basura: latas de refresco herrumbrosas, que han perdido hasta el color de tantos años allí acumuladas sin que nadie las recoja. Lo mismo sucede en el Canal de los Descubrimientos. En ese río que en su día nutrió de vida a la Expo, los matojos han vuelto tras el desbroce de hace unos meses porque no se le ha dado un mantenimiento. Las barandillas son un peligro de contagio del tétanos y hay zonas donde se apilaron montañas de basura que aún nadie se ha dignado a recoger. Al lado, curiosamente en el Pabellón del Futuro, la Junta ha llevado el Archivo General de Andalucía.
El Camino de los Descubrimientos es una metáfora de su propio nombre: se descubre un edificio a medio construir abandonado donde en su día estuvo el Palenque, la estación del teslesférico, el descuidado Jardín Americano, los coches mal aparcados frente al consulado de Marruecos… El Pirulí se ha quedado parado arriba y el cohete simboliza que la ciudad no llegó a despegar nunca pese a la gloria efímera de 1992.
En la zona más próxima a la Facultad de Ingenieros, donde hasta hace unos meses se levantaba el Pabellón de la ONU, si uno se asoma por encima de la valla del aparcamiento de Isla Mágica observa el destino de las carrozas de lo que en su día fue la cabalgata de la Expo: una efigie azteca soplando y un toro de hierro que tiene pinta de que va a embestir a las montañas de residuos que allí se acumulan. Sobre una cuba, por otro lado, aparece ya tirada la carroza que tenía forma de caracol.
En todo el recinto, las pérgolas han perdido la vegetación controlada y muestran yerbajos, verdina y el color anaranjado del óxido. Las vallas que ‘protegen’ al parque están vencidas en demasiados tramos, permitiendo entradas indeseables. Otro contraste: junto al Caixafórum y la Torre Sevilla, alegoría de la citada vanguardia empresarial, hay un solar abandonado que sirve de aparcamiento de camiones y de almacén de elementos urbanísticos de la Cartuja que ya no se mantienen en pie.
La propia Esfera Climática, icono de la Expo, tiene un estanque vacío y, en todo ese bulevar no hay una sola sombra por la falta de cuidado. Otro de los principales atractivos del parque, ‘Andalucía de los niños’, está cerrado. Dentro, las maquetas de los principales monumentos de la comunidad están abandonadas a su suerte, rodeadas de malas hierbas y ocultas a la vista de los transeúntes. Así, al menos, se evita mostrar la realidad urbanística y de conservación del polo tecnológico que sí se mantiene agarrado al futuro que en su día representó la Expo 92.
El futuro, entre óxido y matojos
El mal estado de esta zona crucial para el desarrollo económico de Sevilla contrasta con los proyectos que allí se van a poner en marcha. Uno de ellos es el ‘eCitySevilla’ de Endesa, que convertirá la Isla de la Cartuja en un parque autosostenible en 2025. Las energías renovables, la movilidad eléctrica y la digitalización convertirán el recinto en un referente internacional… pero en un espacio absolutamente degradado. Lo mismo ocurre con el proyecto ‘Cartuja Qnat’, que transformará la avenida Thomas Alva Edison en un gran espacio de uso público adaptado al cambio climático con un anfiteatro, un zoco y un proyecto de innovación para bajar las temperaturas. Precisamente es aquí donde permanece abandonada la estación del monorraíl y las taquillas, donde el pavimento es un peligro y donde la basura y las hojas secas llevan sin recogerse desde hace años.
Fuente: ABC