Puede parecer mentira, en estos tiempos que corren, que una persona que se dedica entre otras labores a la investigación sobre la procedencia y/o causa de los fenómenos que denominamos “parapsicológicos”o extraños, pueda estar de parte de los escépticos. Y es que si algo he aprendido de quienes “no creen” que exista nada extraño en ciertos acontecimientos que ocurren, es esa forma de ver las cosas, tan analítica pero a la vez tan extremista e intransigente. No, no es una crítica vedada, lo digo de verdad. Los escépticos muestran otras formas de ver las cosas, y enseñan que para poder divulgar un hecho extraño, y guardarlo en el archivo para ser comparado con otros acontecimientos y poder así saber qué ocurre fuera de nuestras leyes físicas, hay que ser objetivos y demostrar que eso no puede ser originado por causa aparente y explicable.
Y es que en muchas ocasiones se sale a la busca y captura de la voz de ultratumba más escalofriante, olvidando la razón por la cual se sale y se pierde ese tiempo, que no es otra que “demostrar” que hay algo más después de esta vida física que nos contempla, o bien que nuestras cualidades mentales desconocidas son tan extraordinarias y poco controlables que nos sorprenden en numerosas ocasiones, mostrando así ante nuestros sorpresivos ojos hechos a los que no estamos ni estaremos acostumbrados. Esa salida desaforada, esa búsqueda parcial más de pasar un rato de miedo que de captar algo desconocido para nosotros, hace que en poco tiempo se haya dividido la sociedad, dentro de este terreno, en dos partes: los creyentes acérrimos y los escépticos más extremistas. Pero como indico en el titular de este artículo, no todo el monte es orégano. Para muestra, un botón.
Contaremos la historia de un fenómeno poltergeist que mantuvo en jaque a toda una barriada de una población cercana a Sevilla. No daremos nombres ni siquiera de la población ya que el fenómeno fue importante en su día, y no queremos volver a sacar este tema para dañar así aun más la integridad moral de quienes fueron sus protagonistas. Durante un tiempo, en una vivienda, unos extraños golpes parecían salir de una habitación central de aquella casa, de una sola planta, hasta el punto que sus tres únicos habitantes pasaron varias semanas durmiendo juntos en el salón de la misma. La habitación era la de su hija adolescente, y los fenómenos aparecieron sin causa aparente.
Si, cierto. Se dice en parapsicología que un factor detonante de los fenómenos extraños puede ser un sujeto en edad de pubertad. Ese dato ya hacía que para los investigadores que fueron, este fenómeno tuviera un factor que lo “vestía” de posible. Estaríamos ante un “Poltergeist” de libro, si había más hechos que sostuvieran esta hipótesis. A priori el caso era muy interesante para poder realizar una investigación muy a fondo sobre la razón y/o procedencia de los fenómenos que allí ocurrían, y que guardaban relación con una manifestación energética con origen desconocido, aunque efectos conocidos. Emprendimos nuestro corto viaje hasta la vivienda con la esperanzan no sólo de averiguar algo más sobre las leyes de la naturaleza, sino con las ganas de vivir esos hechos y, por supuesto, intentar que esa familia casi al borde de la locura tuviera alguien en quien apoyarse, que los creyesen, ya que sentían vapuleados por un grupo de irracionales vecinos. Otros, sin embargo, habían sido testigos de los hechos, y bien por unas razones o por otras, casi siempre impulsadas por el miedo, también habían dado la espalda a esta familia. En fin, aquí somos solidarios siempre que no nos toque lidiar con casos difíciles.
Al llegar a la vivienda nos topamos de frente con una escena nada agradable: un matrimonio muy cansado y desconsolado, con rasgos claros de problemas emocionales que, aunque eran recientes, se sabía hacían ya mella en su capacidad de pensar con racionalidad, y una hija aún más asustada, de unos 12 años por aquella época, la cual se sentía tan culpable por todo lo que ocurría, que sólo miraba desde una silla situada en el salón, sin tocar los pies el suelo, casi sin vestirse con ropa nueva en mucho tiempo… una escena desoladora. Pero no oímos nada ni vimos nada extraño, aparte del desorden de la casa y la falta de cuidado hacía ya semanas.
Nos contaban que en la habitación, algo o alguien invisible daba golpes pero no sabían la procedencia exacta. Luego de un tiempo de conversación y calma, pudimos saber que el epicentro de los sonidos procedían de un aparato musical que tenía la joven en su habitación, del cual parecía como si “alguien lo golpeara desde dentro, pidiendo salir del mismo”. En un momento de la entrevista nos decía la familia que “habían establecido un código de golpes para comunicarse con lo que fuera, y le respondieron a algunas preguntas de forma lógica, casi inteligente”. Ese parecía ser el detonante de la situación de tensión que vivían los testigos reunidos con nosotros en el salón de la vivienda. Pero, ¿porqué creían que el aparato estaba “poseído”? Bueno, la respuesta la dio el padre de familia antes incluso que nosotros pudiéramos hacer esa pregunta: “Yo pensé que el aparato estaba estropeado, y lo desenchufamos. Nuestra sorpresa fue que esos golpes se oían incluso con el aparato desenchufado”.
Ahí estaba el posible fenómeno extraño. Además, esos golpes no parecían tener una frecuencia, ni un horario fijo. “Dan golpes cuando quieren, más o menos fuertes, más o menos seguidos…”. La conversación se vio interrumpida por el sonido de extraños golpes que procedían de la habitación oscura de la joven. Inmediatamente, la madre de la misma entró en pánico. Lívida, con los ojos llorosos, sólo atinaba a lamentarse repetidamente, mientras su marido la intentaba calmar, y la joven abría los ojos como si hubiera visto al mismo satanás, sólo que la mirada parecía perdida, mirando al suelo. Nuestra sorpresa fue mayúscula porque la reacción que vimos era casi automática, algo que no se puede ensayar y, mucho menos, fingir. Aquel terror que se respiraba en el ambiente era totalmente real. ¿Qué estaba ocurriendo?
Desplegamos algunos equipos en la habitación de la joven, y en la puerta. Hicimos que la familia se alojase durante unas horas en casa de un vecino cercano, mientras sin su presencia realizábamos algunos experimentos, por dos razones: una por evitar que su miedo pudiera interferir en nuestros experimentos y por tanto “contaminar” los resultados. La segunda para evitar que nuestro procedimiento pudiera suponer para ellos un acicate más que hacerles aumentar la perturbación de su tranquilidad emocional.
Lo extraño era que los golpes aparecían desde ese aparato musical sin ton ni son. No respondían a nuestras preguntas, ni siquiera a la petición de manifestación. No había ningún otro fenómeno destacable, sólo aquellos sonidos. Nos aseguramos que la instalación eléctrica no tuviera fallos y, según uno de los acompañantes, bastante versado en temas eléctricos, la instalación no tenía problemas que justificaran, a priori, aquellos extraños fenómenos. Tampoco nos parecía que aquello tuviera esa inteligencia que manifestaban los testigos. Y su manifestación, en un periodo de casi tres horas, fueron apenas dos veces, durando unos segundos.
En una ocasión el fenómeno casi se desató. Era sobre mediodía, y las grabadoras estaban puestas porque realizábamos un experimento de transcomunicación. Durante unos instantes, creímos que por fin habíamos logrado “contactar”, y que aquel fenómeno se desarrollaba por sí sólo, sin que la joven fuera ese detonante del que hablaba la parapsicología, sin que un sujeto en edad de pubertad pudiera servir como “motor” de las actividades parapsicológicas extrañas. Pero el resto de las características nos desconcertaban. Nada parecía tener sentido y mucho menos, teníamos posibles respuestas que dar a aquella familia, y que parecieran tranquilizadoras.
Durante unos minutos, uno de nuestros compañeros salió a la calle para fumar. Tras muy poco tiempo, entró rápidamente y nos indicó que hiciéramos algo: él saldría fuera con un walkie, y nosotros nos quedaríamos dentro oyendo esos golpes. El nos indicaría si se oía en un momento determinado y esperaba nuestra respuesta. La sorpresa fue mayúscula cuando casi al instante que él decía en numerosas ocasiones: “¿Ahora?”, el golpe se oía. Parecía como si hubiera encontrado esa puerta al otro lado, ese pudiente de comunicación con el más allá. Pero aquello no tenía sentido, no era posible que desde la calle y con un walkie hubiera encontrado el portal dimensional que muchos ansiamos poder presenciar. Y así era. La explicación a aquel fenómeno cayó como una losa sobre nosotros y en pocos segundos teníamos una explicación a todo aquello. Al parecer la casa estaba junto a un solar deshabitado, y éste hacia pared con una casetilla de baja tensión, algo antigua pero aún en funcionamiento. Pues bien, este compañero (entendido en electricidad) mientras fumaba, había oído levemente ese chisporroteo clásico que suele haber cuando el estado no es óptimo, pero que crea una frecuencia la cual excita el mecanismo de los altavoces del equipo que, en su parte posterior, estaba enfrentado a ese solar y por extensión a la mencionada casetilla. Por tanto, el “fantasma” era más un fallo eléctrico que un ente del más allá.
Una vez dimos la explicación a la familia… la sorpresa fue mayúscula. No, no crean que recibieron la noticia con una alegría inusitada, ni mucho menos. La situación se fue tanto de las manos que, emocionalmente, se negaban a creer cualquier explicación racional de dicho fenómeno, pero nosotros lo teníamos claro.
Todo esto demuestra dos cosas: por un lado, que no podemos dar por sentado ninguna historia que nos introduzca supuestamente a un caso relacionado con fenómenos procedentes del “más allá” simplemente porque algunas características nos lo puedan indicar, ya que éstas en su mayoría las conocemos, precisamente, por publicaciones sesgadas o bien por la “machacona” insistencia que tiene el cine en hacernos creer que sus guiones están basados en la realidad, aunque sea en la “otra realidad”. Y tampoco nos podemos dejar abducir por las creencias de los testigos ya que éstos, emocionalmente, pueden haber quedado tan implicados en la certeza de dicho fenómeno con respecto a sus patrones credenciales que nos despisten al dar datos que pueden parecer veraces. Como veis, en el mundo del “misterio”, no todo el monte es orégano.