Hace muchas décadas que empecé investigando la posible causa de unos fenómenos que se escapaban a mi comprensión, y de los que en algunos casos tanto había sido testigo directo como indirecto. Si, es cierto que gran parte de esta curiosidad por la otra posible realidad (o realidades, depende de cómo se mire) fueron tanto Fernando Jimenez del Oso como Germán de Argumosa. Dos personas de ciencia y, sin embargo, grandes buscadores de las respuestas a preguntas sobre fenómenos incomprensibles y, sin embargo, reales al menso para las personas que los viven.
En todo este periplo aprendí varias máximas, gracias a la aprobación de la parapsicología como cátedra en muchas universidades europeas, y casi como carrera en varias universidades de EEUU, todo ello gracias al matemático Joseph Banks Rhine, el cual introdujo metodología científica (más concretamente, análisis matemático) en el estudio de este tipo de fenómenos extraños. Tanto él como gran parte de los nuevos parapsicóglogos, reconocía la mente del sujeto como detonante o causante de estos fenómenos. Pues bien, a partir de ese momento se crearon dos “bandos” en la investigación de este tipo de fenomenología extraña: los que realizaban experimentos en torno a los poderes “ocultos” del subconsciente humano, y quienes creían que había algo más fuera de la mente, como causante de esos extraños hechos. Y yo, pues a caballo entre una y otra hipótesis.
Pero eso si, creía firmemente en una máxima que esgrimía la parapsicología “mental”: en los cementerios no debían ocurrir ningún tipo de fenómeno extraño. ¿La razón? Bajo la parapsicología “oficial”, era sencilla: si los fenómenos estaban movidos por una extraña energía vital del ser humano denominada Telérgia (o energía biótica), la misma quedaría impregnada como mucho en el lugar donde tuvo la última actividad vital, pero no habría ningún residuo energético donde el cuerpo, ya inerte, tuviera su última morada. Es más, nos atreveríamos a decir que en el momento del óbito, la cantidad de energía liberada podría explicar muchos fenómenos de los que hablaremos en otra ocasión, y también explicaremos, de forma breve y según premisas parapsicológicas, cómo se desarrolla y proyecta esa energía la cual debe existir, si tenemos en cuenta que según la neurología la cantidad de vibración de ondas que puede emitir nuestro cerebro, así como el tipo de energía, todavía nos son desconocidas, pero aceptadas como posibilidad.
Si, creía en ello. En los cementerios no debía ocurrir nada, salvo que alguien fuera enterrado vivo y, por desgracia, encontrase la muerte dentro de la oscuridad y angostura de su ataúd. Algo que podría ocurrir en siglos pasados, pero desde que la medicina evolucionó al dictaminar el fallecimiento, y la tradición hacía que el entierro se prolongase más de un día para evitar esta macabra posibilidad, el error ya aparecía con menos frecuencia y, por tanto, eran éstos los argumentos que mi mente esgrimían para concluir que no podía haber actividad parapsicológica en los cementerios. ¿Seguro?
Pues no. Y los diversos fenómenos psicofónicos (ahora denominados EVP, complicado término anglosajón para explicar lo mismo, pero queda más “chic”) registrados durante mis experimentos en este campo llevados a cabo en varios cementerios, me hacen tener que replantearme muchas preguntas, además de ir en busca de la razón para que dichos fenómenos se produzcan.
Mi primera ocasión fue en el cementerio de San Miguel, situado en Málaga. Ese pequeño recinto, guardado entonces por un monje fosor de nombre Pepe, me sorprendió gratamente no sólo por la cantidad de hechos extraños que ocurrieron en su interior, de los que tenía noticia gracias a los medios especializados, y que fueron reconocidos además de ampliados en sus detalles por parte del propio monje fosor. Durante la grabación-entrevista que nos concedió para tener registro sonoro de esos hechos, aparecieron ciertas voces que, por su timbre, tono y sobre todo imposibilidad de poder ser registradas debido al recinto donde estábamos hablando, me erizó el vello de la piel, comenzando así mi cabeza a pergeñar preguntas que antes habían sido acalladas por las hipótesis oficiales parapsicológicas.
En un momento de la entrevista, y mientras se hablaba de los hechos ocurridos en torno a la “presencia” de un espíritu infantil, perteneciente a un niño de nombre Antoñito, puede oírse de fondo a un pequeño diciendo “estoy aquí”. En el primer pase, la oí pero inmediatamente mi mente puso una excusa: habría niños allí…. Pero, ¿dentro del mausoleo donde sólo estábamos 5 personas, puertas cerradas… Y EN UN CEMENTERIO QUE YA HABÍA CERRADO SUS PUERTAS, PRECISAMENTE, PARA TENER ESA ENTREVISTA EN CALMA? ¿De quién era esa voz? Bueno, a pesar de las sospechas, seguí oyendo porque no quería que mis premisas, las bases sobre las que realizo las investigaciones, se tambaleasen.
Pero la sorpresa llegó luego, a los pocos minutos. Otro relato del Hermano Pepe, en este caso, sobre una pareja enterrada en dicho cementerio, dio pié a otra extraña inclusión casi imperceptible porque se “montaba” sobre sus palabras. Pero algo perturbaba parte de su relato, un instante, un momento. Tuve que repetir ese trocito varias veces… hasta descubrir que una voz varonil decía “Te quieroooo”. Si, arrastraba la “o”, sonando lejano, sin la reverberación lógica que producía el entorno donde nos encontrábamos, sin que se adivinara que podía proceder de la calle. Algo habitaba aquel cementerio, y aunque el Hermano Pepe me lo estaba contando ya durante casi 25 minutos, en aquel momento no lo creía demasiado. Pues las voces, como defendiendo sus argumentos frente a mi incredulidad, querían dar testimonio de lo contrario ante mi resistencia: si, están allí, junto al monde fosor, dando fe de los fenómenos que relataban.
Todo ello dio pié a más experimentos psicofónicos en varios lugares santos, con más o menos suerte. Hasta hace unos meses donde otra experiencia en un campo santo situado al norte de nuestro país, volvió a retorcer toda mis ideas preconcebidas sobre dichos lugares.
Y es que tuvimos la oportunidad de vivir, no sólo la inclusión sonora de una respuesta lanzada al aire de aquel recinto, sino una serie de fenómenos extraños de difícil explicación. Uno de ellos tuvo que ver con unos murciélagos “selectivos”. Explico ésto: en una de las jornadas de la investigación llevada a cabo, durante el experimento de recopilación de sonidos, tuvimos la presencia de murciélagos que sobrevolaban nuestras cabezas. Pronto nos tuvimos que agachar porque casi chocaban contra nosotros, hasta que nos tuvimos que salir del recinto. Pensé que, simplemente, estarían buscando insectos casi a ras de suelo… pero mi sorpresa fue que cuando salimos, los mismos abandonaron el lugar. Bien, como cualquiera puede pensar, indiqué a mis compañeras/os que debíamos entrar de nuevo. Quería saber si el fenómeno se repetía ya que, en este caso, sería muy extraño y poco corriente. Me aseguré que los mamíferos no estuvieran en la zona, y entramos. Pues bien, a los pocos segundos, volvieron a aparecer y volvieron a sobrevolar muy cerca de nosotros, teniendo que “abortar” la jornada.
Traté de averiguar la razón, una posible explicación biológica ante tales hechos. Un perfume u olor concreto, un color de nuestra ropa, algún gesto, una particularidad de nuestra persona… Pero por mucho que investigué sobre estos animales, no había nada que pudiera atribuir como causa de esa fijación por nosotros. Y mucho menos que explicase porqué desaparecían del cielo cuando salíamos, y aparecían cuando entrábamos. Más aún: la siguiente jornada, donde conseguimos registrar una respuesta a una de nuestras preguntas, no hubo rastro de estos animales, incluso situándonos en el mismo lugar, con las mismas personas… todo igual. ¿Casualidad?
Si, conseguimos allí dos muestras, dos “martillazos” a mi creencia firme de que los cementerios están alejados de las actividades parapsicológicas. Uno en forma de ataque animal sin comprensión, y otro en forma tanto de respuesta, un lamento de una mujer, y una respuesta masculina tan clara que no fue necesario ni procesamiento con ningún programa de sonido. Por supuesto que ésto sólo hace que quiera volver a investigar en estos lugares, y quien sabe, abrir las puertas a una nueva esperanza para nuestra condición humana.