Nadal devora a Djokovic, gana su decimotercer título en París e iguala los 20 grandes de Federer

Venció al serbio por 6-0, 6-2 y 7-5 en una completísima actuación, bajo techo y en circunstancias desfavorables para su juego. Tan sólo cometió 14 errores no forzados, por 52 de su rival

Víctima de un suplicio, reducido a cenizas, Novak Djokovic sufrió una de las derrotas más dolorosas de su carrera. Cuando todos los pronósticos ponían en cuarentena que Rafael Nadalrenovase su crédito en Roland Garros, pudiese ganar el decimotercer título e igualar así los 20 grandes de Roger Federer, el español, en una enésima vuelta de tuerca dentro de su colosal carrera, encontró la salida y proclamó en voz bien alta la inmensidad de su presente. Nadal ganó por 6-0, 6-2 y 7-5, en dos horas y 41 minutos, y ya está junto al suizo, en el mismo punto de la estratosfera, después de una actuación a la altura de las mejores que ha protagonizado en su torneo. Por cuarta vez en 16 participaciones, al igual que en 2008, 2010 y 2017, sale campeón sin perder un set a lo largo de toda la competición. Y lo hace, además, dictando una lección magistral ante el número 1 del mundo, el único tenista que aún posee un cara a cara favorable frente a él. Difícil imaginar un mejor modo de suscribir su victoria número cien en estas pistas.

Casi como Federer en 2008, cuando se llevó un 6-1, 6-3 y 6-0, Djokovic salió sonrojado de la Philippe Chatrier, donde aspiraba a comprimir las distancias en la pelea por los grandes. Se queda con 17 y, a tenor de lo visto este domingo, cada vez más lejos del español. Trece Roland Garros, cuatro Abiertos de Estados Unidos, dos Wimbledon y un Abierto de Australia suma ya Nadal. 20 títulos del Grand Slam. Se dice pronto.

Si buena parte de la historia de Nadal está escrita en su lucha frente a la adversidad, con la persistencia de lesiones que llegaron a comprometer su carrera, lo sucedido en este Roland Garros es una muestra más de su actitud resiliente, del carácter voraz que le ha llevado a reinventarse una y otra vez sin bajar jamás los brazos. Con menos rodaje que nunca en su llegada a París, bajo unas circunstancias insólitas debido a la pandemia, con el torneo fuera de fechas, una climatología distinta y un cambio de pelota que en nada le favorecía, ante el peor rival posible en la final, el español volvió a marcarse un partido de época, una manifestación de inteligencia, actitud y buena lectura táctica, una obra casi cercana a la perfección, como sugiere el dato de que sólo cometiera 14 errores no forzados, por 52 de su rival.

Por si fueran pocas las excepcionalidades, la final se jugó bajo techo, eventualidad tampoco favorable al defensor de la copa. La última vez que había sucedido algo semejante entre ambos en un torneo del Grand Slam fue en las semifinales de Wimbledon de 2018, con triunfo de Djokovic, 10-8 en el quinto set. Cierto es que aquel partido comenzó disputándose al aire libre. 

ACUMULACIÓN DE ERRORES

Después de los buenos resultados obtenidos en la semifinal contra Stefanos Tsitsipas, un hombre de características distintas a las de Nadal, Nole prosiguió con el uso reiterado de dejadas, algo que viene haciendo con distinta fortuna desde que comenzó el torneo. Una cosa es que, además de su buena mano para ejecutarlas, las circunstancias inviten a ello, pero convertir en rutina un recurso sorpresivo entraña un altísimo riesgo. Hasta seis probó en los tres primeros juegos, sólo la mitad de ellas con éxito. Se fue por primera vez al banco, 3-0 abajo y con dos servicios perdidos.

Efectivo con el servicio, el español negó a Djokovic su primer asomo de reacción, tres pelotas de rotura en el cuarto juego. El serbio mostraba porcentajes ridículos de acierto con el saque. Nadal, impecable, con un plan mucho mejor definido, le asestó un rosco, registro que sólo se dio una vez entre ambos en sus 56 cruces: el pasado año, en la final de Roma, también a favor del manacorense. Once errores no forzados acumuló el balcánico; dos Nadal.

La capacidad de defensa del español resultó asombrosa, incluso tratándose de quien se trata. Tirase como tirase, buscara una u otra dirección, Nole chocaba una y otra vez con la raqueta de su oponente, exquisito en el manejo del revés cortado, siempre presto a contragolpear. Cincuenta y cuatro minutos tardó el de Belgrado en quitar el cero de su marcador. 

Rápido de piernas, vivo en todas sus acciones, con automatismos incorporados por las nuevas necesidades impuestas, Nadal apenas cedía pista ante las acometidas de su rival, que adquirieron demasiado pronto un cariz desesperado. A Djokovic no le funcionó ninguno de sus principales argumentos, tampoco el resto, devaluado ante la entereza de su adversario con el saque. Poco importaba que la pelota brincara menos de lo que acostumbra, que el campeón este año en el Abierto de Australia pudiera ejecutar sus golpes a una altura más natural, que se hubiera desplegado el techo retráctil, que hiciera frío en París. Nadal tenía réplica para todo.

Sólo hubo un amago de orgullo postrero de Nole, cuando recuperó un breake igualó a tres en el tercero. Fue entonces cuando gritó, alzó los brazos y trató de agitar a la menguada concurrencia. Demasiado tarde. Muy atento, sin perder el rastro de su pieza, Nadal completó el trabajo sin mayor dilación. Una nueva obra maestra.

Fuente: El Mundo

Redacción

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