Sus playas, rincones y el vivo recuerdo de la mítica serie televisiva convierten a este enclave blanco de la Costa del Sol en el paradigma de destino turístico nacional
Poco a poco las aguas vuelven a su cauce. La gente -con mascarilla- regresa la calle, los comercios empiezan a respirar y las fronteras van abriéndose, aunque por fascículos. Aún está por ver si el verano post Covid-19 se salvará. Si lo hace, no será desde luego mérito del turismo extranjero, aún temeroso a deambular entre aeropuertos y estaciones. Este año serán los españoles los responsables de mantener las constantes vitales del sector volviendo a lo de siempre. Ha hecho falta una pandemia para darnos cuenta de que uno tiene el paraíso en casa.
Nerja es la postal del verano por antonomasia. Una de esas apuestas seguras que en los últimos años se ha servido en bandeja a los de fuera mientras poníamos el ojo en destinos más exóticos. Es muy probable que al pegar a la puerta de una de sus casas encaladas nos reciba algún sujeto de tez blanca, ojos claros y acento anglosajón -más de un tercio de sus habitantes son extranjeros-. Pero bajar del coche en Nerja sigue transportando a muchos al verano de su infancia, con la melodía de Verano Azul resonando en la cabeza entre imágenes de neveras, sombrillas y una caterva de tíos, primos y abuelos bajando de un Seat 127.
A pesar de la globalización y 60 años después de la llegada del turismo a la Costa del Sol, este pueblo de la Axarquía sigue siendo destino de referencia del veraneo patrio. Aquí se ha sabido combinar modernidad y tradición, y a 50 kilómetros de Málaga el turista encuentra una urbe bañada por el mar Mediterráneo que conserva ese aire marinero. Con calles blancas y plazas recoletas que se asoman a calas y acantilados y le hacen sentir a uno como en salón de casa.
Mentiríamos si dijésemos que la mítica serie de Antonio Mercero no ha tenido que ver en el despegue del pueblo como destino. «Verano Azul es la que descubre Nerja al público, pero es Nerja la que les hace volver», explica a ABC Miguel Joven. Ese rubio de ojos claros que daba vida al pequeño Tito trabaja como guía turístico y es desde hace décadas uno de los grandes anfitriones de la localidad, que -asegura- «tiene mucho que ofrecer».
Si lo que luce es maravillo, lo que esconde es extraordinario. Bendito el día en que cinco muchachos perseguían murciélagos y se toparon conla majestuosa Cueva de Nerja. Un capricho de la naturaleza descubierto en 1959 al que le corresponde, por derecho, encabezar el ranking de atractivos de este pueblo malagueño. «En la década de los 60 el turismo en Málaga se limitaba a la capital, Torremolinos y Marbella. La Cueva fue el pistoletazo de salida para Nerja. Situó los ojos al otro lado de la costa, sacando a la luz el encanto especial de esta parte del litoral», apunta Joven.
Su impresionante Balcón de Europa bautizado por Alfonso XIII le hace sentir a uno capitán de barco, con una panorámica inigualable de la costa nerjeña, que salpicada por más de diez de calas permite al visitante plantear cada día de su visita de forma distinta. Desde la extensa playa de Burriana, con el paseo marítimo y todas las facilidades, hasta calas como la del Cañuelo, enclavada en el paraje natural de los acantilados de Maro-Cerro Gordo. Su difícil acceso es el precio a pagar para poder disfrutar de la belleza de sus fondos marinos.
Más allá de sus espacios naturales hay algo que, después de 40 años, sigue haciendo especial a Nerja. La localidad ha sabido conservar su identidad sin quedarse rezagada. Y aunque sus 21.000 habitantes se duplican en los meses de verano. sigue sabiendo a pueblo. Según su alcalde, José Alberto Armijo, «gracias a una política urbanística responsable» que les ha permitido seguir ofreciendo lo que ya no existe en otros municipios de la Costa del Sol.
Actor y regidor coinciden en que Nerja ha crecido desde la llegada del turismo, pero sin perder su carácter. «Lo nuestro nos ha costado», apunta Miguel Joven, «aquí han llegado macro proyectos para convertirnos en Benidorm y el pueblo siempre se ha opuesto». La localidad ha crecido en la periferia, pero con urbanizaciones de baja altura y ajardinadas que no han ensombrecido su casco urbano, ni en estética ni en altura. Por eso hasta aquí siguen llegando cada verano visitantes fieles durante cuarenta años.
En la temporada con mayor incertidumbre que se recuerda aún hay hueco para el optimismo, precisamente gracias al público nacional, que «está respondiendo muy bien», en palabras de Miguel Joven. Reconoce que se nota la falta de extranjeros porque representan un porcentaje importante pero que, dadas las circunstancias, la temporada va bien. Según su alcalde, «las previsiones apuntan a que agosto, septiembre e incluso octubre pueden ser meses buenos turísticamente hablando». Para tranquilidad de los nerjeños, aquí, a pesar del coronavirus, vuelve a ser verano azul.
Fuente: ABC