¡Sevillanos, levantad el ánimo!

La crispación de dispara, las pieles se afinan, los juramentos en arameo se multiplican. Todo demuestra que el calor y el deseado final de la pandemia excitan los ánimos como nunca

AHORA se habla mucho de las comisiones para la reconstrucción, que suena a Gaesco, pero no tienen nada que ver con la patronal del ladrillo donde Miguel Russuelta sus discursos, ora elogiosos con Juan Espadas, ora reivindicativos de los puentes, carriles, líneas de Metro y tranvías que nos deben. Que casi pierdo ya la cuenta de los proyectos que llevan años y años sin recibir dinero de las cuentas del Estado. Estas comisiones piden análisis de casi todos los expertos de la sociedad que tienen algo que decir sobre la reconstrucción de España. Hay una comisión en el Congreso de los Diputados, donde estaba Marcos de Quinto antes de pegar la espantá, como hay otra en el Ayuntamiento, donde el alcalde va dando la palabra en el suntuoso Salón Colón. En el Parlamento pronto abrirán su comisión.

Muchas comisiones (no obreras), pero nadie habla de levantar el ánimo del personal y apaciguar los nervios, que están a flor de piel. La sociedad está crispada, como lo está el Congreso de los Diputados. Los negocios están al borde del cierre (¡Salvemos Oriza por favor!) y algunos están al borde de liarse a mamporros. ¡Sevillanos levantaos! No caigamos en la desesperación. La Alicantina se salva. Y este lunes abren la Sureña y Los Cien Montaditos de la Alameda de Hércules, con la gran novedad de que los montaditos costarán un euro, más baratos que la propia jarra de cerveza.

Los grupos de mensajes parecen un reñidero de gallos, o un circo donde se suelta un nombre y aparecen los leones poco a poco para dar buena cuenta del desgraciado. Comienzan por la mañana y no paran de despellejar. Ocurre que luego, claro, todo queda escrito. Verba volant, scripta manent. Y vienen los arrepentimientos en una cuaresma tardía.

Sevillanos, levantad el ánimo. No es que resistamos, es que saldremos de esta crisis. Hay una depresión colectiva que conduce a la agresividad. La gente no puede bajarse al bar porque los veladores están contados. El teléfono móvil parece que tiene un gatillo en vez de botones. Es importante aguantar, no consumir tantos informativos y respirar el aire que nunca ha estado menos contaminado. La ciudad es más bella con menos público, sin aglomeraciones. Paseen, miren esas fachadas en las que nunca se fijan, esas casas en la que todavía se puede entrar en los patios, esos jardines en los que jamás habían puesto la atención por las prisas cotidianas… Pronto se llenarán de público otra vez y la ciudad parecerá la de siempre, aunque con muchos locales vacíos que serán las cruces de nuestra particular Vía Apia, señal de que habremos cumplido con la penitencia.

Sevillanos, levantaos. No hay ciudad con más vocación por la esperanza que la nuestra. Nos os dejéis llevar por la ira, la cólera o la angustia. No os devoréis unos a otros como fieras. Nos os dejéis traicionar por unos nervios a flor de piel, que una cosa es la justicia y otra el deseo de venganza. No busquéis culpables de esta desgracia, porque el virus no está en el vecino, en el camarero con mascarilla ni en el quiosquero. Hay que superar la tentación de pagarla con quien menos culpa tiene. Saldremos, claro que sí. Probablemente lo más duro sea esa reconstrucción, cuando nos demos cuenta de los otros muertos de esta pandemia, que son los negocios, pero ninguna comisión tiene fuerza para llevar a una sociedad entera al diván de un psiquiatra. Si una ciudad puede encontrar consuelo refugio y ánimo en la calle es la nuestra. Por la luz. Sí, la luz. Pero no la manoseada por los ripios, sino la que es fuente de alegría de tus mañanas, de tu existencia, de tus tardes largas del verano que ya asoma.

¡Sevillano, levanta el ánimo! ¡Arriba el corazón! Pronto nos dejarán tomar las plazas, que serán solo nuestras por imperativos del guión. Si te paras a hacer memoria, nuestros antepasados tuvieron también sus particulares pestes. Nadie se libra. Y los abuelos de hoy están bebiendo de un amargo cáliz por enésima vez. De esta valle de lágrimas no se escapa ninguna generación, pero nosotros tenemos la luz, la esperanza, la alegría, las plazas, los templos, las calles, etcétera. Tenemos una ciudad para ser vivida, paseada y disfrutada. Tenemos la fuerza de la historia, vocación de sonreír y una inocencia de niños que alternamos, según la necesidad, con el colmillo de adultos resabiados. ¿Dónde hay tantos defensores y admiradores del carácter malaje que en Sevilla? Nos hacen gracia hasta los antipáticos. ¡Si le sacamos punta de humor hasta a un grosero! ¿Cómo vamos a caer en la desesperanza cuando parece que comenzamos a controlar la pandemia?.

La ciudad nacida a la vera del río siempre ha salido de las crisis. Aquí hemos convivido todos. Hasta tenemos ratas empadronadas que corren por los parques y a la vera del Guadalquivir. Si hasta paseamos por donde antes han pasado los caballos dejando sus recuerdos y no nos quejamos. Si estamos reunidos más de veintitantos en un bar donde caben cinco y somos felices, describimos como nadie el sabor del primer sorbo de cerveza, porque el primero es inigualable; nos tomamos un ensaladilla con una liturgia que ni Miguel Ángel tallando la Piedad, y echamos de menos Sevilla hasta cuando viajamos hasta cualquiera de las consideradas maravillas del mundo. Hacemos cola con disciplina marcial, aguantamos el calor como nadie, madrugamos para ver una procesión y tenemos una paciencia infinita cuando el tráfico es denso en la salida hacia las playas. Vamos a los toros dando un paseo por la calle Adriano o el Paseo de Colón, y no montados en un Metro, cabreados y con un pañuelo verde escondido en el bolsillo interior para pasarnos la tarde protestando.

Nos gusta presumir de calidad de vida, pero estos días nos ha avinagrado el carácter, hemos empeorado como seres humanos, saltamos a la mínima porque el encierro nos ha dejado la piel fina y nos hace vomitar sapos y culebras sin motivo. Debe ser que, como siempre, llevamos mal los primeros días de las calores. Debe ser el comienzo de la crisis económica, la tardanza en cobrar, la falta de un futuro cierto, los kilos ganados, y el carácter bravucón y alborotador que se antepone al sereno y moderado.

¡Sevillanos, levantaos! De ninguna crisis se ha salido arremetiendo contra el otro, jurando en arameo o dándonos chocazos en el muro de las lamentaciones, que son las murallas macarenas que, al final, conducen a la Esperanza. Dejad la piedra llorosa y mirad más a la basílica donde todo encuentra sentido. Nuestros antepasados la miraron, tuvieron hasta que esconderla, salieron adelante y tuvieron hijos y nietos que miran hoy ese mismo rostro. Dios proveerá. Hay que salir de la crispación cuanto antes, porque a mayor tensión menor posibilidad de recuperación. Ninguna comisión de la reconstrucción abarcará la necesidad de elevar el ánimo de las ciudades. Esa es tarea de nosotros.

Vía: Diario de Sevilla

Redacción

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