El programa de acompañamiento a personas mayores de la ONG Solidarios ha hecho que personas como Maruchi hayan vivido la soledad durante el confinamiento de forma muy diferente
Por fin ha ido a la peluquería. Debería haber pasado por chapa y pintura justo antes de que el coronavirus acabase con la vida como la conocíamos y el confinamientola dejó con la melena al natural. Ahora, Maruchi, como la conocen todos aunque se llame Rosario Caballero, ha dado forma a su cabello, tapado sus canas y hasta se ha atrevido con unas discretas mechas. «El pelo rubio da mucha alegría a la cara», asegura en un acto de coquetería. Tenía ganas de verse guapa después de tres meses de descuido capilar, aunque de lo que verdaderamente tiene ganas es de tomarse unas milhojas en la confitería La Campana, su preferida.
Tiene 82 años y es una de las muchas personas mayores que se han enfrentado al confinamiento en soledad. Aunque un «ángel de la guarda» ha hecho de su aislamiento algo más llevadero. El ángel de Maruchi se llama Esther Azorit y todas las tardes, sin faltar ni una, comparte con ella confidencias telefónicas. Ambas se han conocido a través de la ONG Solidarios, que lleva a cabo un proyecto de acompañamiento a personas mayores. Habitualmente, estos acompañamientos se hacen de manera presencial, pero la crisis sanitaria y la especial vulnerabilidad de las personas mayores ha obligado a sustituir los acompañamientos presenciales por los telefónicos.
Confidencias, anécdotas y consejos
No es la primera vez que Maruchi participa en una experiencia así. Esther, sin embargo, es completamente nueva en el acompañamiento telefónico. Como si estuvieran predestinadas a conocerse, ambas se han hecho amigas y no ven el momento de volver a la normalidad y salir a merendar. «Es curioso, pero a las dos nos gustan mucho las milhojas, por eso cuando se pueda vamos a ir a merendar«, comenta Maruchi.
Puede que las circunstancias hayan propiciado que en ellas se creasen vínculos que en cualquier amistad tardan años en forjarse. O puede que la buena oratoria de ambas las haya hecho conectar desde la primera vez que hablaron por teléfono. «Creo que Maruchi es una valiente porque no todo el mundo es capaz de hablar por teléfono con un desconocido y abrirse tanto», afirma Esther. Ambas, buenas conversadoras, pasan las tardes entre confidencias, anécdotas y consejos.
«Tenemos una relación de iguales, nos contamos cómo ha ido el día, las preocupaciones… Nos sirve de desahogo y, además, con ella es muy fácil porque es una conversadora nata«, afirma la voluntaria. Maruchi tiene mucho que contar y se excusa diciendo que tal vez habla demasiado y que salta de un tema de conversación a otro. «Tengo una amiga que siempre me dice que hablo mucho, pero es que ella habla demasiado poco y conmigo no se termina nunca», comenta entre risas.
Un ritual que las ha hecho amigas
Alrededor de las seis de la tarde suena el teléfono en casa de Maruchi. Es un especie de ritual. Han hablado de sus familias. De la niña de una y del titi de la otra. Maruchi, que trabajó en el Museo de Artes y Oficios, tuvo a su cargo a cinco familiares y no hay conversación en la que no nombre a su titi. «Es una mujer muy interesante, que ha cuidado de sus mayores y que siempre ha estado al servicio de los demás», asegura Esther.
En sus conversaciones vespertinas se han adentrado la una en la vida de la otra y les ha servido para conocerse mejor. «Esther es maravillosa y tiene una familia maravillosa. Se nota que en ellos todo es comprensión y alegría«, cuenta Maruchi. A ella le hace gracia la niña de Esther, una pequeña cocinillas que se mete en la cocina cada vez que puede. «El otro día les hizo lentejas y yo, que suelo comprar en el Mercado de la Encarnación, le recomendé a Esther los puestos en los que tenía que comprar y le dije un complemento para las lentejas», comenta orgullosa.
PARA ELLAS, EL MOMENTO MÁS ESPECIAL ES CUANDO POR PRIMERA Y ÚNICA VEZ SE VIERON LAS CARAS
La relación de ambas es muy especial. Se aprecia al ver cómo habla la una de la otra. «Esther es extraordinaria, es imposible conocer a una persona como ella. He sido tocada con una varita mágica al encontrarla», afirma Maruchi. Para Esther, su relación ya es mucho más que un acompañamiento. «Hubo un día que la llamé por teléfono y no daba señal. Insistí varias veces y nada. Me preocupé bastante. Llamé a Solidarios y me comentaron que Maruchi había tenido un problema con la tarjeta del teléfono móvil. Desde entonces la llamo al fijo», cuenta la joven.
Aunque para ellas el momento más bonito y especial de todos es en el que por primera y única vez se vieron las caras. Una de las tardes en el que su fluida conversación las hizo olvidarse del tiempo y las agujas del reloj, Maruchi le comentó a Esther su preocupación por no disponer de mascarillas. Justo ese día, la voluntaria había adquirido unas homologadas y no se lo pensó dos veces. Se puso su mascarilla, se colocó sus guantes y se plantó en la puerta de Maruchi para dejarle un par de mascarilla. Su ángel de la guarda, como Maruchi la llama, quiso, además, dejarle una botella de Rioja. «Ella sabe que me encanta, por eso me trajo una botellita. Cuando todo pase nos tomaremos una copita en la calle», afirma.
Una experiencia enriquecedora que terminará con merienda
Esta experiencia ha resultado muy enriquecedora para las dos, sobre todo para Esther. «Tenía claro que quería echar una mano en esta situación desconocida que no sabíamos cuánto iba a durar. Se puso en contacto conmigo Marisa, de Solidarios, me habló del proyecto y ni me lo pensé. Para mí ha sido una experiencia muy enriquecedora porque hemos forjado una amistad las dos que va a perdurar en el tiempo», afirma la voluntaria. «Hay veces que le pides cosas a Dios y no te las concede y, de repente, te pone en tu vida a alguien como Esther», añade Maruchi.
Tienen pendiente una merienda en La Campana, a la que Maruchi no ha dudado en invitar a la que firma este reportaje. Habrá milhojas, café y hasta una copa de Rioja. O las que vengan. «Seguro que cuando nos veamos tenemos muchas cosas que contarnos», concluye Maruchi, dejando claro que una buena conversación a veces es el mejor remedio para no sentirse solo.
Un programa para mitigar la soledad de las personas mayores
En condiciones normales, este programa se desarrolla mediante acompañamientos presenciales de voluntarios a personas mayores que viven solas, en situación de soledad no deseada. Son acompañamientos semanales, de larga duración y con un voluntariado formado y muy comprometido. Las relaciones y vínculos que se generan entre la persona mayor y el voluntario favorecen la salud emocional y, en cierta medida, también la física.
Ahora, con la situación dada por la crisis socio sanitaria, desde la ONG Solidarios han sustituido los acompañamientos presenciales por los telefónicos. El confinamiento es mucho más duro para las personas mayores que habitualmente están aisladas, por eso refuerzan el acompañamiento con llamadas frecuentes de voluntarios y llamadas de seguimiento por parte de su equipo de trabajo.
A estos acompañamientos se han sumado iniciativas externas, como las llamadas de narradores orales que cuentan cuentos por teléfono, dando pie a ratos de conversación y a compartir vivencias. También impulsan actividades como la escritura de cartas.
La respuesta ha sido muy positiva. Por un lado, las personas mayores se sienten menos solas y por otro se canaliza la solidaridad de muchas personas con ganas de ayudar.
En el caso de Sevilla, ya que la ONG Solidarios opera a nivel nacional, cuentan con 90 voluntarios durante el estado de alarma, 35 de ellos en el programa de personas mayores (la ONG también lleva a cabo otro tipo de proyectos con colectivos vulnerables). Así, un total de 28 personas mayores han contado con ese acompañamiento telefónico y, muy puntualmente, algún apoyo presencial.
Desde Solidarios invitan a todo el que quiera a colaborar en cualquiera de sus proyectos, que pueden conocer a través de su propia página web: www.solidarios.org.es.