Taxistas, policías, sanitarios, vendedores, repartidores, voluntarios… Sevilla sigue funcionando gracias a ellos.
Tal vez la famosa sentencia de Victor Hugo resuma mejor que cualquier otra reflexión el ejemplo que están dando estos días muchos sevillanos. «Todas las situaciones críticas tienen un relámpago que nos ciega o nos ilumina».
Hay mucha luz en la mirada de las personas que componen este reportaje. Gente anónima de nuestro día a día que, como cuando nos lastimamos un brazo y no podemos utilizarlo, hemos descubierto ahora que nuestra libertad está cercenada porque esa es la única solución para frenar la plaga del coronavirus.
¿Quién en su rutina le da el valor que verdaderamente tienen al panadero, al repartidor, al taxista, al policía, al voluntario o al dependiente de un supermercado? En nuestra monotonía diaria no hay espacio para reflexionar sobre la necesidad que tenemos de estar bien atendidos, de disfrutar servicios elementales a los que no echamos cuenta hasta que nos faltan o, como ocurre ahora, se convierten en una profesión de riesgo.
Durante este tiempo de confinamiento, muchos sevillanos han decidido asumir el riesgo que supone seguir en contacto con personas desconocidas durante la pandemia del Covid-19 sólo para ofrecer servicios básicos a los demás.
Hemos hablado con un equipo de enfermeros que están en primera línea de batalla atendiendo a personas contagiadas, con un taxista que mantiene su servicio a pesar de que su facturación ha bajado tanto que ya no le renta salir a la calle, con los dependientes de un supermercado que no han dejado de atender a sus clientes ni un solo día aunque tenga que ocultar sus rostros tras mascarillas, con un panadero que ha visto mermados sus ingresos por la caída de ventas en los bares pero que sigue amasando pan a diario para abastecer a los domicilios de su zona, con un voluntario de Cruz Roja que lleva la compra cada día a personas mayores aisladas en sus casas para que no tengan que salir y con un policía local que se está encargando de hacer cumplir las normas del estado de alarma por las calles de Sevilla.
Y todos coinciden en decir que no se sienten héroes. Por eso lo son. Porque están ahí por puro compromiso con los demás, no sólo por vocación profesional. Por eso lo son. Porque están ahí por puro compromiso con los demás, no sólo por vocación profesional.
Sus historias representan a las de todos aquellos sevillanos que en estas horas de aislamiento domiciliario tienen que salir a la calle cada día a dar el callo y garantizar todos los servicios mínimos que permite el Gobierno. Personas que dan la cara para salir cuanto antes de esta crisis y que, además, tratan de sobrevivir económicamente durante el parón.
Es el caso de los quiosqueros, conductores de transportes públicos, sanitarios, periodistas, farmacéuticos, vendedores de productos de alimentación, cuidadores de ancianos y de menores, agentes de la autoridad, repartidores de comida de restaurantes que se han tenido que reconvertir para no rebajar sus ingresos a cero…
La ciudad funciona. Y está modificando el tópico de la luz. Todos los viajeros que hoy faltan en las calles del Centro coinciden en que Sevilla es una tierra luminosa que puede presumir del clima y del sol. Y en este fin de semana gris y lluvioso podemos pararnos a pensar que la luz de la que tanto presumimos no viene del cielo, sino de nosotros mismos. Siguiendo la reflexión de Victor Hugo de que todas las situaciones críticas tienen un relámpago que nos ciega o nos ilumina, aquí van seis rayos de esperanza.
Miguel (policía local): «Si uno se contagia, puede caer el turno entero»
Elena Martos
Si hay un colectivo que estos días se ha hecho experto en virología es el de los agentes de Policía Local de Sevilla. La emergencia sanitaria que nos mantiene a todos en casas los obliga a pasar la mayor parte del tiempo fuera, velando por el correcto cumplimiento de esta cuarentena, que es la única medida efectiva contra el contagio. Miguel es uno de los casi mil policías que se exponen a diario en las ronda de vigilancia y que viven desde hace una semana estas «jornadas raras» de calles vacías.
«Claro que tengo miedo a infectarme de coronavirus, no porque sea un grupo de riesgo, sino porque temo contagiar a mi familia o a mis compañeros. Es una enorme responsabilidad en casa y también en el trabajo, porque si uno enferma, puede caer un turno entero que tiene que hacer cuarentena durante quince días y no estamos para eso en estos momentos», dice. «Tengo miedo a infectarme, pero no por enfermar, sino por contagiar a mi familia o a los compañeros»
Por eso extrema las precauciones usando el material de protección y cambiando a diario de uniforme. «Me lavo las manos y la cara y me cambio de ropa nada más llegar a casa. Hacemos entradas escalonadas y se higienizan con frecuencia los coches de patrulla. Toda precaución es poca», asegura. Pero a pesar del desconcierto que le genera la situación, dice que «hay que estar a la altura».
La norma es cada vez más estricta y los ciudadanos están cada vez más cansados de la reclusión. Admite que se buscan excusas para justificar salidas a la calle. «La casuística es amplia», comenta, pero hay que ser estrictos, porque de eso depende que el esfuerzo empiece a dar resultados.
Reconoce, de la misma forma, que «hay muchos que piensan que saliendo durante la noche tendrán menos posibilidades de encontrarse con un agente. Pero es un error, porque hay una vigilancia permanente y es más difícil eludir la multa cuando no hay excusas a la que aferrarse».
Los principales frentes abiertos que Miguel y sus compañeros tienen estos días son la falta de disciplina para respetar el confinamiento en barrios periféricos como Los Pajaritos, Torreblanca o el Polígono Sur y los indigentes. «Ese es el colectivo más vulnerable, porque no tienen casa a la que ir y muchos sufren problemas mentales y de adicciones», asegura. «El Ayuntamiento está haciendo un enorme esfuerzo para ampliar las plazas, pero todavía son insuficientes», comenta este agente, al que todavía le queda por delante la semana más larga.
Pero esta cuarentena también le deja momentos muy emotivos,como el cariño de la gente que les dedica aplausos desde los balcones y les desea que tengan un buen servicio. «Los compañeros se implican, especialmente con los niños, y ponen las sirenas al pasar o dan las gracias por el altavoz por quedarse en casa», comenta. «Un día recordaremos todo esto como algo lejano, pero todavía queda mucho para eso».
Sara (enfermera): «Nuestras armas son la empatía y la sonrisa»
Jesús Díaz
Si atendemos al lenguaje bélico que utilizan los políticos estos días a la hora de hablar del coronavirus, los sanitarios conforman la primera línea de nuestro ejército. Médicos, enfermeros, auxiliares, técnicos o celadores no usan fusiles ni granada, estos guerreros llevan por armas «la empatía, la sonrisa y el hacernos sentir que estamos a su lado», porque los enfermos «no son seres inanimados, son personas, y su sufrimiento y el de su familia en la distancia lo tenemos grabado a fuego».
Sara Narváez trabaja en una unidad preparada en la UCI de hospital Virgen del Rocío para atender a los enfermos de coronavirus. Día a día, ella y el resto de sus compañeros, cuidan de los pacientes más graves. Forma parte de un equipo multidisciplinar y experimentado en las técnicas necesarias para luchar por la vida de estos pacientes. «Estamos cualificados para realizarlo y esto nos da una gran tranquilidad».
Confiesa que la experiencia está siendo «dura» a la par que «gratificante». Sara explica que la base de la enfermería es el cuidado: «Cuidamos a las personas en todas las fases de su vida. Mi trabajo es puramente vocacional». Por ello lo que hace lo afronta «con pasión y entrega». «Los sanitarios, como humanos, tienen respuestas distintas ante esta situación, desde la sonrisa al bloqueo»
Su aliento viene de sus compañeros, de su familia y, sobre todo, de todas esas personas anónimas que con el simple gesto de salir al balcón a aplaudir «nos aporta una dosis de fuerza impagable». Sara valora el comportamiento ejemplar de los ciudadanos, manteniéndose en sus casas. «Cuidándose a ellos mismos nos están ayudando a cuidar a los que verdaderamente lo necesitan».
«Mentalmente hay que estar muy fuerte para entrar en la UCI.El estrés, la ansiedad y el miedo son naturales, incluso el insomnio y la lágrima fácil», pero estos sentimientos afloran en casa porque en el trabajo, según reivindica, «nuestra atención es exclusiva para los pacientes».
Pero Sara precisa que los sanitarios, como humanos, también tienen reacciones de todo tipo. «Hay quienes sonreímos, pero otros llegan al bloque»o. Por último, Sara manda un mensaje de tranquilida: «Los profesionales del SAS estamos más que cualificados y capacitados para hacer frente a la situación. Y en la UCI estamos acostumbrados a enfrentarnos a situaciones límite, por lo que vamos a dar el 100% de nuestro esfuerzo, como venimos haciendo».
Inma, Andrea, Marina y Jorge (dependientes de supermercado): «El súper es la excusa para dar un paseo»
Mercedes Benítez
Se llaman Inma Lérida, Andrea Purchena, María Luque y Jorge Martínez y todos ellos son dependientes del Supermercado Mas&Go de la Avenida de San Francisco Javier. Trabajan todos los días (incluidos los domingos) de cara al público.Tienen además un largo horario ya que abren hasta las diez de la noche, también durante estos días de estado de alarma. «Estamos un poco cohibidos con la gente», dice Inma, mientras Andrea asegura que es «complicado y alentador a la vez» porque «estás jugándote la salud pero estás colaborando». Sobre todo les preocupa más por sus familias. «Yo tengo miedo que a mis padres, que son mayores, les pase algo. Y que,por culpa de nuestro trabajo, nos toque. No me fío», dicen.
Son conscientes de eso aunque Jorge también recuerda que no sólo estan jugándose sus vidas, «sino también las de nuestros familiares» cuando acaban su trabajo y tienen que volver a casa. «Hay mucha gente que todavía se cree que esto no va con ellos y que llega sin guantes», afirma. Incluso los hay que tocan los productos.«Es complicado y alentador a la vez. Estás jugándote la salud pero estás colaborando», explican
«Para algunos es la excusa perfecta para venir a dar un paseo». Y se encuentran a diario clientes que «vienen por una bolsa de patatas o por un paquete de tinte», y otros productos que no son necesarios.Aunque ya se ha tranquilizado algo la afluencia masiva de público de los primeros días, siguen teniendo mucho público a diario. Cada día entran entre 200 ó 300 personas en el establecimiento e incluso hay días de 500 clientes que pasan por caja. ¿Como pagan?Aunque cada vez llegan más con tarjeta de crédito, todavía los hay que acuden con dinero.
«Yo cuando llego a mi casa lo primero que hago es desvestirme de la cabeza a los pies y meterme en la ducha», relatan. Ytambién proponen que, quizás sería conveniente que los clientes se quedaran en casa y ellos le llevaran los pedidos. Sobre todo las personas mayores que siguen acudiendo a diario a estos establecimientos. O incluso que se estudiara la posibilidad de atender por la ventana como se hace en las farmacias de guardia. Así sería más fácil para todos. También para estos trabajadores que «se la juegan» a diario para atender a la población.
Rafael (voluntario de la Cruz Roja): «Con este compromiso lleno un hueco enorme»
Elena Martos
Rafael García se estrenó en enero como voluntario de Cruz Roja en Sevilla, rellenando un impreso de inscripción y asistiendo a un curso preparatorio. La institución le entregó un carné y un chaleco identificativo iniciando una relación que este vecino de Coria ha sellado con un compromiso a prueba de pandemias. Eligió el programa de acompañamiento a mayores para ocupar el tiempo y llegó a iniciar la experiencia transportando a usuarios a citas médicas, a talleres de psicomotricidad y a realizar trámites administrativos.
Pero el decreto del estado de alarma se llevó por delante esta actividad. Los técnicos de la entidad lo llamaron para explicarle que estos usuarios son un colectivo vulnerable y ya no se va a realizar ninguna acción que implique el contacto directo con ellos, pero que podía seguir prestando servicio. Le propusieron colaborar haciendo la compra en el supermercado o en la farmacia a mayores y a personas impedidas o enfermas. Desde que se obligó al confinamiento en los hogares, raro es el día que Rafael no atiende la llamada de estos usuarios. «Ellos lo solicitan a Cruz Roja y desde la oficina me envían la dirección», comenta, aunque no siempre queda cerca de casa, donde pasa la cuarentena con su familia. Desde allí se desplaza hasta el lugar del servicio, que en la mayoría de los casos es en la capital. Cada día hace la compra en el supermercado o en la familia a ancianos y enfermos
Rafael reconoce que corre más riesgo de contagiarse, pero «este compromiso me llena un enorme hueco». Por primera vez en su vida y con 55 años se ha quedado en paro, una situación que no lleva del todo bien. Admite que necesita «sentir que hace un servicio a la sociedad» mientras busca una oportunidad laboral. Antes ocupaba ese tiempo en el trabajo y la familia, pero ahora con los hijos mayores y sin empleo, este instalador de gas no puede quedarse parado cuando sabe que hay gente que requiere de su ayuda.
«Mi familia no lo entiende y me recuerda que es un peligro y que tenemos la obligación de aislarnos, pero no creo que corra más riego haciendo la compra para otros que para mí mismo», razona. Y cada día, provisto con su mascarilla, los guantes y el gel de manos, acude a la llamada de ancianos, personas con movilidad reducida o con problemas de salud, cuya condición les impide salir a la calle a hacer los recados básicos.
A pesar de que no tiene contacto físico con estas personas, muchos son los que le preguntan su nombre y hasta hay quien se empeña en darle una propina. «Tenemos totalmente prohibido coger dinero, únicamente el de la compra, pero percibo esa gratitud», señala, tras recordar que «sólo si caigo enfermo dejaré de hacer esta tarea que hoy es más necesaria que nunca».
Antonio (panadero): «Nos han bajado mucho las ventas por el cierre de los bares»
Martín Laínez
Entre los comercios que pueden abrir al público durante el confinamiento se encuentran las panaderías, al considerarse de primera necesidad. En Mairena del Aljarafe, la panadería Colchero Vázquez es una de las que mayor venta tienen en el Aljarafe desde hace 34 años, los mismos que tiene Antonio Colchero, segunda generación, que como suele decirse, «nació con un pan bajo sus brazos». Ahora, con la crisis del coronavirus, el negocio ha empezado a sufrir sus consecuencias.
«Antes de la crisis usábamos entre 350-400 kilos de harina y ahora entre 150-200. Nos ha bajado mucho la producción por el servicio que le damos a la hostelería. Nos ha afectado muchísimo porque el 75% de nuestra producción iba a los bares», explica Antonio mientras aguarda la llegada de un nuevo cliente en la calle Pozo Nuevo.
Entre las medidas de prevención, este profesional del gremio del pan desde que tenía 16 años asegura que «al trabajar de cara al público, usamos mascarillas y guantes, los cuales los vamos sustituyendo constantemente porque estamos en contacto con el dinero. Además, tenemos dispensadores de alcohol y nuestros clientes aguardan fuera haciendo cola para entrar a comprar el pan. No queremos que los clientes permanezcan mucho tiempo en el interior de la tienda por motivos».«Estamos aguantando para no despedir a ninguno de nuestros trabajadores»
«Ahora mismo estamos viviendo de las ventas que dejan las tiendas porque además de vender pan, también vendemos ciertos productos como latas, bebidas, etc… y estamos aguantando para no despedir a ninguno de nuestros trabajadores. La venta diaria de la tienda ha subido pero será por el boom de la gente que compra más de la cuenta. La facturación, en este sentido, nos ha subido, pero hemos perdido los ingresos que teníamos con los bares, que suponían las tres cuartas partes de la facturación total», comenta Antonio.
Este sevillano asegura que este negocio «es muy duro porque sacrificas muchos días de fiestas, fines de semana, trabajando desde muy temprano. Ahora estamos bastante asustados porque no sabemos cuándo va a acabar esto. No creo que podamos sostenernos sólo con el dinero de la tienda», concluye.
David (taxista): «Hemos ofrecido nuestros taxis a la ciudad»
Silvia Tubio
Es un veterano del taxi. Lleva dos décadas al volante y no ha vivido una situación como ésta en su vida profesional.«Imagínate salir a la calle y no cruzarte ni un alma. No había visto jamás a Sevilla de esta manera». David Capelo forma parte de un colectivo que a las pocas horas de decretarse la alarma sanitaria, se puso al servicio de la ciudad.
«Le comunicamos al delegado de Movilidad, Juan Carlos Cabrera, que si necesitaba de nuestra ayuda, que contara con nosotros para realizartraslados de personal sanitario o lo que hiciera falta». Un gesto que se ha repetido en otras ciudades con taxistas ofreciéndose a los profesionales que luchan por contener el virus en los centros hospitalarios para que al término de cada batalla se despreocupen de cómo regresar a sus hogares.
Cuando pase esta crisis, que ya no es sólo sanitaria por cómo ha golpeado con fuerza a la economía y al resto de órdenes de la vida de los españoles, los taxistas necesitarán ayuda porque su caída de ingresos ha sido descomunal. «Al día puedo hacer como mucho tres carreras. Eso puede suponer unos ingresos de unos 20 euros o menos. Cada jornada que te pones delante del volante pierdes dinero».
A pesar de todo, el colectivo se resiste a abandonar por completo la calle y como confirma el presidente de Unión Sevillana del Taxi, Fernando Morales, están trabajando al 50%, con sólo la mitad de los vehículos operativos para amortiguar en la medida de lo posible las pérdidas. Cada vez que salen, el taxi se come los pocos ingresos que llegan a la caja. «Pero no nos queda otra, hay que seguir».«Al día puedo hacer como mucho tres carreras. Pero no nos queda otra que seguir»
¿Y cómo es el día a día de un taxista en tiempos de confinamiento? «Tratas de mantener la rutina en la medida de lo posible. Te levantas, te viste y te subes al coche a sabiendas de que no vas a hacer gran cosa. Das unas cuantas vueltas a la ciudad y cuando ves que los servicios no llegan y las horas pasan, es cuando decides regresar a tu casa y te encierras hasta el día siguiente».
A David le espera una madre anciana que «por si fuera por ella» no se acercaría al taxi. Ella es también, junto a su padre y su hija pequeña, las principales preocupaciones personales de este profesional del volante que sabe que se expone a diario a un contagio.
Por eso, en su rutina ha incorporado la limpieza al detalle del habitáculo del pasajero cada vez que culmina una carrera. «Lo repaso todo, sobre todo las zonas donde la gente posa las manos para abrir las puertas o bajar las ventanillas». Los usuarios que siguen subiéndose al taxí «son los pocos profesionales que aún quedan por la calle y que no tienen un transporte alternativo o no quieren viajar con más gente».